Maria Claudia Paláu Lázaro
Mi encuentro con el dharma fue parte de mi búsqueda espiritual y el hallar, desde un primer momento, las enseñanzas budistas a través de Facebuda fue una fortuna.
Realmente ha sido una transformación. He ido paso a paso de la mano de nuestras monjas, primero en las enseñanzas dominicales, luego en la plataforma de salas de meditación; seguí con cursos no formales y, por último, el curso del formación desde hace cinco años. Soy de la generación G19.
Oír el dharma, entenderlo desde la parte intelectual y luego vivencial, requiere de una de una gran valentía. Debemos estar dispuestos/as a ser honestos/as con nosotros/as mismos/as, a ser disciplinados/as, a soltar hábitos, pensamientos, expectativas, emociones, comportamientos que arrastramos por aprendizajes erróneos, por karma, porque vivimos en el samsara y vamos buscando felicidad en sitios, situaciones, con personas erróneas.

El mirarnos a los ojos viendo nuestra naturaleza esencial búdica y estar dispuestos a cambiar todo lo que oscurece su brillo es un primer paso, pero es en la práctica donde vamos logrando que las enseñanzas produzcan cambios en nuestra manera de vernos, de ver el mundo y de ir por él, incluso cambios en nuestro ADN.
Es un camino de desaprender, para volver aprender; es un camino de reinventarnos, de transformarnos desde los cimientos. Todos esos cambios se ven reflejados en la paz interior que vamos logrando, en aprender a vernos tal y como somos, a amarnos con los ojos abiertos y desde ahí impactar nuestro mundo de relaciones personales. Sentimos el sufrimiento de las personas que nos rodean y aprendemos a verlas con compasión, a desarrollar amor bondadoso por sus debilidades.
Dejé de ser juez y me convertí en un ser capaz de ponerme en los zapatos del otro —de desarrollar empatía— en un espacio seguro para mí, y también para todos los que me rodean. Aprendí a trabajar la ética en mi manera de hablar, en mis relaciones, en el modo de usar las palabras de una manera más responsable, incluso de pasar por filtros cuando voy a hablar con alguien.
He encontrado que no siempre hay que decir algo y que el silencio, en muchas ocasiones, es más sano.
Aprendí que hay muchas maneras de mentir y que hemos de estar alertas ante esas palabras que dirigimos a alguien e intentar decir siempre algo positivo, tener un habla más amorosa y generosa con lo que pienso, digo y hago con respecto a los que me rodean en todos los espacios donde me muevo: El hogar, el trabajo, la calle. Ahora vivo más alerta en evitar caer en un “Habla divisoria” y sobre todo no hablar, por principio, de aquel que no está presente.
He ido desarrollando un sentido de lealtad en cada una de mis interacciones personales, sobretodo en mis relaciones más cercanas donde el afecto se corresponde con la verdad.
Estoy también más alerta a la hora de usar los contenidos que hay en la Web, soy ahora más consciente de los derechos de autor y de los derechos intelectuales, una visión completamente revolucionaria desde mi perspectiva anterior al haber iniciado el estudio del dharma.
El dharma también ha impactado mi relación con el planeta y con todos los seres que lo habitan. Me siento responsable de lo que ocurre allá afuera y de alguna manera poco a poco he ido implementando acciones para cuidar este bello pedazo de roca en el que habitamos.
Finalmente, quiero recalcar que toda esta transformación interna me ha dado la oportunidad de tener para mí un mundo más libre, más respetuoso, más amoroso y confiable. Hoy soy otra… ¡Y el camino apenas ha iniciado!!
Reseña Biográfica
Soy María Claudia Paláu Lázaro, colombiana y residente en Granada (España) desde hace 20 años. Me desempeño como médica desde hace más de 35 años. Vivo con mi esposo, mi compañero de vida y tenemos un maravilloso hijo de 25 años. Además completan nuestra familia una cobaya, el señor. Wilson; dos perras adoptadas, Tina Turner y la Rubia.