Papas en una cubeta
Como dice un dicho zen, purificamos nuestra mente en comunidad de la misma manera como las papas se limpian del polvo chocando unas con otras dentro de una cubeta. Este proceso es efectivo, aunque no siempre cómodo. La mayoría de nosotros en Occidente (y quizá en cualquier otra parte) tenemos el hábito profundamente arraigado de ocuparnos antes que nada de nuestras propias preocupaciones e intereses.
Tendemos a labrar zonas de confort en las que nuestras actitudes egocéntricas reinan sin que nada las confronte. El desarrollo emocional se estanca, y el cultivo de la compasión así como el de otras cualidades afines se atrofia en ese terreno infértil. La vida en comunidad prepara un tipo de suelo muy diferente, rico para la exploración espiritual y para un trabajo interno fructífero.
No siempre se ha reconocido el gran énfasis que el monasticismo budista hace en la vida en comunidad. La comunidad no sólo provee condiciones externas como el entrenamiento formal y el apoyo práctico para los monjes. Aun más importante es que aporta excelentes condiciones para la intensa labor interna de cultivar cualidades como la paciencia, la generosidad, la amabilidad y la compasión, así como para reconocer y transformar emociones difíciles como la ira, los celos y el apego.
En ese mismo espíritu, la Comunidad de monjas Dharmadatta coloca en el corazón de la vida espiritual el trabajo lento y constante de transformar las emociones problemáticas y fomentar cualidades positivas. Cada monja es como un espejo para las demás, ya que todas buscamos crecer al mismo tiempo que aprendemos a servir como una condición para el crecimiento de las demás. Cuando hay un compromiso mutuo y sincero de crecer juntas, ambas papas se limpian a través del mismo proceso.
Ya sea mediante prácticas en grupo, la práctica de meditación personal, a través de servir a los otros o por medio del simple dar y tomar de la vida diaria, la vida monástica en comunidad nos aporta infinitas oportunidades para vivir estos principios. De hecho, el sendero monástico budista es adecuado para quienes de verdad desean practicar el Dharma en cada momento y cada aspecto de su vida, pues ofrece condiciones ejemplares para poner a prueba y reforzar nuestra determinación de salir de los ciclos del apego y la confusión.
Sin embargo, ese esfuerzo intenso y persistente en comunidad no es aconsejable para todos, así como tampoco es para todos el camino monástico. Una práctica así exige un profundo nivel de renuncia, y una motivación estable y sincera de aprovechar cada momento de esta vida para despertar de la propia confusión y poder ayudar a los demás en su deseo de paz y bienestar. Trabajar continuamente con nuestras emociones complicadas exige cierta estabilidad y autoconfianza –dos cualidades necesarias para poder transformar nuestras emociones difíciles de un modo que pueda sostenerse hasta que alcancemos nuestro objetivo: liberarnos del apego al yo y lograr nuestra plena capacidad de beneficiar auténticamente a los demás.
La comunidad en la que sirve cada monja es, a la vez, nuestra comunidad monástica y la comunidad más extensa, la sociedad. Como se ha intensificado la conexión que tiene nuestra comunidad con el mundo de habla hispana, hemos tratado de integrar las oportunidades para servir a los demás al ritmo de nuestra vida en comunidad. Compartimos como equipo la tarea de dirigir retiros, de crear planes de estudios en línea, y procuramos mantenernos conscientes de la gran fortuna que tenemos al contar con tales oportunidades para servir en el Dharma.
Hagamos lo que hagamos y donde quiera que nos encontremos estamos comprometidas con avanzar juntas hacia las metas espirituales que compartimos. Quizá no siempre estemos a gusto pero nos sostienen las sutiles alegrías de la vida espiritual, así como la satisfacción de poder apoyar a otros en el camino. Vamos hombro con hombro por el sendero, papas que se limpian con cada fricción al caminar.