Crecí en una familia agnóstica y sin contacto con prácticas espirituales, recién de adulta comencé a leer sobre budismo. En el año 2018 viajé a Bolivia para realizar un voluntariado relacionado con la alfarería y una compañera que había viajado a India varias veces y practicaba meditación con regularidad me despertó curiosidad con sus relatos y algunas recomendaciones acerca de libros relacionados.
Llegó la pandemia y yo venía de un proceso familiar algo complicado que me había dejado mucha angustia e ira y es ahí donde a través de Facebuda empiezo mi camino en el dharma, de la mano de Damcho, por medio de sus enseñanzas. Más tarde un curso abierto, luego otro curso, después sumarme como voluntaria de la comunidad, finalmente aterrizando en el programa de formación.

En este proceso, en el que sigo con más convicción que nunca, pasé por muchas etapas. Primero desconcierto, porque todas las ideas preconcebidas y paradigmas empezaban a tambalearse. Cuidarme, tener paciencia, reconocer mis sentimientos era algo que nunca me había planteado. Comencé a sentir tranquilidad porque meditar y aceptar con calma las cuestiones cotidianas me llena de paz. Con el tiempo, la práctica y el estudio dieron sus frutos y me empecé a notar reflexiva, un poco más comprensiva con todos, incluyéndome, ralentizando las respuestas para cuidar y cuidarme, reconociendo la infinita red de lazos en la que habito.
Esto lo fue notando mi familia y amigos y más tarde impactó también en la comunidad donde trabajo, donde fui aplicando enseñanzas que hicieron más amoroso y confiable el ambiente.

Después de mucho andar, tropezar y volver a intentarlo puedo decir que soy más feliz que hace unos años, que daño menos a los que me rodean, que intento ser una condición provechosa en cada interacción con el mundo en general y que mi propósito en la vida se va concretando.

El camino del dharma requiere de trabajo y paciencia, los frutos no son inmediatos ni definitivos, pero tiene la riqueza de estar en movimiento para acompañarnos a nuestro ritmo.

Esta experiencia en comunidad se nutre de amigos y compañeros (sangha) que te abrazan, te alientan, te enseñan y están allí como una gran red que no deja que nos golpeemos cuando nos caemos.

María Gabriela Calete

Reseña biográfica
Me llamo María Gabriela Calete, tengo 50 años, vivo en Buenos Aires, Argentina.
Madre de dos hijos. De profesión Psicología Social y Psicodramatista.
Me apasiona viajar, cocinar, estudiar y modelar cerámica, entre muchas otras cosas.