Dejándome llevar por una poderosa corriente de generosidad, pasé nueve días compartiendo con la familia de Dapel en Suiza, el aire fresco de las montañas, el agua pura de la fuente, la vista de los lagos y los bosques, pequeños pueblos en los valles y las colinas, las manzanas, las ciudades.
Disfrutamos conversaciones con familiares y amigos, animadas por el interés mutuo de conocer y sentir el mundo del otro. El mío, como monja mexicana, hermana de Dapel en los caminos del Dharma y en la comunidad monástica, con sus proyectos grandes y benéficos, que se va haciendo realidad paso a paso, día a día, con el esfuerzo de muchos en México, en Suiza y en muchas otras partes.
Y para Nangpel, el asombro y la esperanza, al probar el sabor de este lugar del mundo en el que es posible caminar segura y a solas por el bosque y por las ciudades, viajar tranquilamente por trenes que atraviesan el país, en los que puedes dejar tu computadora o tu bolsa sobre tu asiento mientras vas al baño, y puedes dejar tu bicicleta en la estación mientras vas a un lugar distante.
Estos nueve días con la familia de Dapel en su país, fueron una travesía en la que pudimos vivir algo de lo que los seres humanos podemos ofrecernos unos a otros cuando nuestro corazón y nuestros brazos están abiertos.