La Estupa de Boudha, que se encuentra en uno de los barrios históricos de Kathmandú, ha sido durante siglos el símbolo y la expresión del corazón de millones de budistas y de personas de otras tradiciones espirituales en esta región del Himalaya.
En Boudha conviven las actividades de una multitud diversa de peregrinos, negociantes, místicos, aventureros, yoguis, indigentes, turistas y muchos animales callejeros. Hoy, en este lugar sagrado y entrañable para muchas personas en el mundo, la Estupa, en la que los ojos del mirar despierto se mantienen abiertos en las cuatro direcciones, sigue siendo una expresión exacta del corazón de miles de personas bajo el impacto de los terremotos recientes.
Fragmentos del recubrimiento dorado se caen a pedazos, día a día, en la parte superior de la estupa, y jirones de banderas de plegarias cuelgan moviéndose de un lado al otro, como mechones en la cabeza fracturada de una deidad desolada.
Así se siente el ánimo de mucha gente en Kathmandú, lastimada, afectada intensa- mente y al mismo tiempo despierta, sosteniéndose en el desastre, con los ojos abiertos.
Organizaciones civiles como Rokpa, Karuna-Shechen, la Fundación de mujeres de Nepal, y muchos otras, trabajan intensamente, llegando hasta donde su fuerza y su imaginación se lo permiten. Llevando arroz, lentejas, sal, aceite, lonas, asistencia médica y todo lo que pueden a las zonas damnificadas de la capital y los pueblos en las inmediaciones de las montañas.
Los sismos ocasionaron la muerte de más de ocho mil quinientas personas, decenas de miles de heridos, muchos de los que no han recibido todavía atención médica. Murieron también bajo los escombros muchísimos animales domésticos que estaban atados junto a las casas o en los campos de cultivo y no pudieron escapar de los derrumbes. Estos animales (vacas, cabras, mulas, borregos) eran fuente importante de sustento para las familias en las aldeas y aun en las ciudades. Más de medio millón de casas quedaron destruidas. Gran parte de las cosechas también están destruidas. Docenas de deslaves y derrumbes bloquean el acceso a los pueblos distantes.
Sabemos que todo este desastre no es solo el resultado de un fenómeno natural, y que la causa y la magnitud de los daños que está sufriendo la gente en este momento, está tanto o más en la ambición, la apatía y la falta de ética que en los movimientos de las placas tectónicas del planeta. El terremoto solo ha intensificado y hecho más visibles los rasgos y las secuelas de la codicia y la indiferencia. Pero también ha sacado a flote las reservas de bondad y el ímpetu para responder al desastre con fuerza, con atrevimiento y con alegría, como tantas personas de Nepal y de muchos lugares del mundo lo están haciendo aquí.
Un hombre, parado frente a los escombros de lo que había sido su casa dijo a los que estaban ahí reunidos: “mi casa está destruida, pero mi casa aquí (y señaló su pecho) no está destruida”. Un factor crucial para que esa casa interior permanezca en pie, y para que Nepal mantenga el empuje para levantarse de los escombros, es nuestra presencia activa y solidaria en su proceso de reconstrucción.