05/05/2015 Tsering-la es una monja adolescente originaria de un pueblo himalaya; ella vive y estudia en Tekchokling, un monasterio para monjas budistas tibetanas en Kathmandú. Tiene el sueño de llegar a ser traductora y a su corta edad habla tibetano y nepalí, y estudia inglés y chino, como varias de las jóvenes que han tenido la fortuna de ingresar a esta comunidad monástica. Conocimos a Tsering-la cuando estuvimos en el monasterio de Tekchokling, el mes pasado, durante los días del terremoto que arrasó decenas de pueblos en Nepal.

Después del sismo el 25 de abril, todos los que estábamos en el monasterio tuvimos que permanecer en el exterior de los edificios la mayor parte del tiempo por las réplicas y la total incertidumbre sobre lo que pudiera ocurrir. Tres días después del primer sismo había un ambiente general de agotamiento, y aunque teníamos confianza en que los edificios principales estaban resistiendo bien los sismos posteriores, el estado de emergencia permanente después de tres días era difícil de manejar con ecuanimidad.

Ese día por la tarde, después de una réplica intensa, estábamos todos reunidos alrededor de Tulstrim Gyatso Rinpoché, el fundador y abad del monasterio, que había sido traído al centro de la explanada por las monjas que lo asisten [Rinpoché tiene 81 años y necesita apoyo para moverse como secuela de problemas de salud].

Momentos después del temblor, las monjas empezaron a danzar, a cantar, a recitar plegarias, a presentar todo lo que sabían, como una ofrenda a su maestro, que había decidido permanecer con ellas, aun cuando había recibido fuertes peticiones de sus discípulos en Taiwán y en Bután, de ser sacado de Kathmandú para llevarlo a alguno de esos dos países. En un momento dado, la monja mayor de la comunidad, pidió a Rinpoché que diera algún consejo ante la situación. Yo no pude oír claramente la traducción de lo que él respondió, así que días después le pregunté a Tsering-la qué había dicho Rinpoché, y ella contestó: “Rinpoché dijo que debemos practicar la ecuanimidad. Cuando haya un sismo, no tener miedo; cuando no haya un sismo, no estar felices o exaltadas. Debemos permanecer igual, mientras haya un sismo y mientras no lo haya”.

Aunque es el consejo que viene de un yogui con una mente refinada hasta lo inimaginable, las monjas, la mayoría de ellas jóvenes, al paso de los días, realmente lograron poner en práctica la instrucción y mantener una actitud cada vez más ecuánime, muy distante de las reacciones de pánico y exaltación que varias de ellas tuvieron al principio. Días después, durante la réplica más intensa después del primer terremoto, vimos con asombro la reacción ecuánime de las monjas ante esa situación realmente amenazante.

Durante esos días fue muy inspirador para nosotras ver la interacción entre el Lama –elocuente en su silencio y magnífico en su presencia simple­– y la receptividad fresca y vibrante de las monjas, dejándose moldear por este yogui y filósofo que mantiene viva la tradición de Milarepa.