Por Aída Jiménez Orozco[i]

El lugar de la compasión en el budismo.

“Que todos los seres sintientes se liberen del sufrimiento y de sus causas”, dice el segundo de los 4 pensamientos inconmensurables, sintetizando el significado de la compasión en el mundo budista. Muchas y muchos budistas en todo el mundo, repetimos todos los días, como parte de nuestra práctica, esta aspiración. En la tradición budista el concepto “seres sintientes” incluye no sólo a la humanidad, sino también al reino animal, pues desde los tiempos del Budha histórico, sabemos que compartimos con ellas y ellos, la capacidad de sentir, así como la necesidad de ser felices y evitar el sufrimiento.[1]

En la tradición Mahayana, el cultivo de lo que se conoce como la mente de bodhichitta, es lo que impulsa el anhelo de alcanzar la iluminación, con el propósito de beneficiar a todos los seres sintientes. A la par, hermosas, inspiradoras y poderosas prácticas como la de Chenrezig (Avalokiteshvara) o el Homenaje a las veintiún Taras, nos permiten familiarizarnos con la cualidad compasiva de nuestra mente y corazón. No es que desarrollemos algo que nos es desconocido, ajeno, nos dicen nuestras maestras y maestros, sino que conectamos con una condición propia de (preexistente en) nuestra mente. De esta manera, somos capaces de ponernos en el lugar de otros y otras, sentir empatía por ellos y no sólo desear genuinamente que se liberen del sufrimiento y de sus causas, sino ayudarles (en la medida de nuestras posibilidades) en ese proceso. No es fortuito que la generosidad sea la primera de las seis perfecciones o Paramitas, seguida de la ética, la paciencia, el esfuerzo perseverante, la concentración y la sabiduría.

Teniendo todos estos preceptos como marco de referencia, así como el voto (restricción ética) de no matar, en la actualidad muchas comunidades budistas incorporan a su práctica, llevar una alimentación vegetariana, evitando así consumir cuerpos de animales sacrificados para el consumo humano. Pero ¿es esto suficiente para ser coherentes con la aspiración profunda de contribuir a que “todos los seres sintientes se liberen del sufrimiento y de sus causas”? Les aseguro que, si nos colocamos en el lugar de cada ser animal, no lo es, en absoluto. 

La esclavitud y la explotación animal en el mundo contemporáneo.

Si bien desde sus inicios la humanidad consideró a los animales como objetos de consumo y los utilizó como fuerza de trabajo, así como para su recreación o esparcimiento, es a partir de la consolidación del capitalismo y del neoliberalismo, que estas prácticas se expresan con una fuerza, una violencia y una brutalidad, difíciles de concebir.

En todo el mundo, la industria alimenticia, organizada a partir de grandes corporaciones, alimenta la idea de que la proteína animal es indispensable para el desarrollo humano. Para ello, destinan enormes sumas de dinero a publicidad de productos cárnicos y lácteos en una amplia variedad de medios de comunicación. Participan en el financiamiento de estudios “científicos” que justifican esas ideas, así como en la formación de profesionales de la salud.  Al mismo tiempo, realizan labores para presionar a gobiernos y a empresas a generar políticas públicas afines a sus intereses (lo que se conoce como lobby). De ahí que en todo el mundo los estados destinen fuertes sumas del presupuesto público (proveniente de los impuestos) para subsidiar a esta industria, abaratando el precio de sus productos y haciéndolos accesibles a amplios sectores de la población. Privilegio con el que no cuentan productos de origen vegetal que resultan mucho más saludables para las personas y benéficos para el medio ambiente, de acuerdo con un gran número de investigaciones recientes.

Así, en todo el mundo hemos aprendido a considerar “normal” que las criaturas del mundo animal estén a nuestro servicio. A muy pocas personas les interesa informarse acerca de las condiciones de esclavitud, de explotación y de violencia, en la que viven todos los días millones de animales. Resulta más confortable ignorarlo. ¿Sabían que 68 mil millones de animales terrestres y 2 billones de peces son asesinados cada año para satisfacer el consumo de 8 mil millones de personas? (Contreras, Mónica 2023). Y antes de morir, la mayoría son objeto de un gran sufrimiento, hacinados en mega granjas, estresados, con miedo, forzados a reproducirse y a crecer de formas antinaturales y separados prematuramente de sus madres, entre otras muchas barbaries. Es importante entonces, entender que el asesinato de animales para el consumo humano, es la última parte del gran sufrimiento por el que atraviesan. La economía de nuestras sociedades se basa, en gran medida, en la esclavitud y la explotación de animalxs, haciendo parecer este hecho como algo normal, inevitable, necesario. Y así es como aprendemos a normalizar y a invisibilizar la violencia y la injusticia ejercida legal, sistemática, e institucionalmente contra el mundo animal. Y la pregunta para quienes somos practicantes de Dharma, con una alimentación vegetariana, es: ¿tiene sentido permanecer en esta cómoda ignorancia, conformándonos tan sólo con no participar en el último eslabón de la violencia que día con día viven millones de animales en el mundo? Y para quienes no tienen un consumo vegetariano, ante este panorama, ¿tiene alguna lógica contentarnos con dejar de comer carne una vez por semana?

Especismo, antiespecismo y veganismo.

El especismo es la discriminación que la especie humana lleva a cabo en contra otras especies. Como hemos explicado, no es algo que hagamos por malicia, o por maldad. Es algo que aprendemos social y culturalmente, en la familia, en la escuela, a través de los medios de comunicación y de la práctica de algunas tradiciones. Discriminar en función de la especie, o ser especista, supone creer (consciente o inconscientemente) que nuestra capacidad de raciocinio nos coloca en un estado superior de ser, con relación a otros animales. Y que, desde ese lugar de privilegio, podemos disponer de sus cuerpos y de sus vidas, para ponerlos a nuestro servicio.

El antiespecismo es la postura ética, política y moral que se opone de manera activa al especismo. La acción más inmediata a través de la cual podemos expresar esta postura es a través del consumo. El veganismo es, así, la estrategia de congruencia mínima que tenemos las y los antiespecistas. De modo que, quienes somos veganas o veganos antiespecistas, elegimos:

  • No consumir alimentos, ni utilizar objetos de ninguna clase, que provengan de la esclavitud y la explotación animal. Es decir, no sólo no comemos carne, sino cualquier derivado de sus fluidos y sus cuerpos (huevos, leche, crema, queso, mantequilla, miel, etc.). De igual forma, no nos vestimos con sus pieles, ni usamos artículos que contengan sustancias provenientes de sus organismos.
  • Evitamos cualquier actividad recreativa que involucre el uso y abuso de animales no humanos.
  • Adoptamos una alimentación basada en plantas, que es rica, variada, económica, balanceada y abundante. Que, demás, promueve una relación saludable con el planeta y la construcción de una cultura de paz y equidad.

Como pueden ver, el veganismo antiespecista está muy lejos de ser una dieta, una moda, o una ideología. Es una postura ética, política y social, que comparte a cabalidad la aspiración budista de liberar a todas y todos los seres sintientes del sufrimiento y de sus causas. Se trata de una práctica compasiva, consciente de los resultados que nuestras acciones provocan en otros seres. Cuyos resultados a corto plazo, además, producen un enorme bienestar físico y mental a nivel individual y dejan una impronta positiva en nuestro medio ambiente. ¿Valdrá la pena atrevernos a cuestionar los prejuicios de los que es objeto el veganismo antiespecista y superar la desinformación y la mentira a la que nos condena la sociedad en la que vivimos?

[1] Algunos milenios después, la ciencia ha confirmado este hecho. En el 2012, un grupo de científicos del Reino Unido realizó la “Declaración de Cambridge sobre la Conciencia”. En ella destacan que todxs lxs animalxs, tanto lxs humanxs, como lxs no humanxs, tienen capacidad de conciencia, pues comparten “los sustratos neurobiológicos de la experiencia consciente”. Esto supone la disposición para tener estados afectivos o, en otras palabras, tener sentimientos (experimentar felicidad, dolor, así como tener intereses y preferencias).

[i] Pedagoga, practicante budista desde 1990, vegana antiespecista, activista por la liberación de la explotación animal.